Basado en hechos reales.

Era un día de aquellos en los que parecía que nada podía ir peor.
Entré en el vagón del metro haciendo sonar los tacones sobre los que me alzaba. Busqué un asiento libre con la mirada y me dejé caer en él.

Respiré hondo y crucé las piernas.

Cuando las puertas se abrieron en la siguiente estación, bajaron un par de pasajeros y subió un chico de cabello castaño claro, bastante largo y desaliñado, y la piel bronceada. Llevaba la pierna izquierda escayolada hasta la altura del muslo y caminaba con la ayuda de una muleta.
Nadie se levantó para ofrecerle asiento.
Dí una mirada rápida a mi alrededor. Me puse en pie y, con la vista fija en él, le sonreí y le señalé con la cabeza la butaca que acababa de dejar libre. Él se acercó a mí y me dijo:
- ¡Oh, no, no es necesario! Siéntate, siéntate, por favor.
- Insisto.
- Yo también.-sonrió.
Obedecí. En otra situación, no lo hubiese hecho, pero me había dado cuenta de que más de un viajero tenía sus ojos clavados en nosotros. Discretamente, le observé mientras se sentaba en el suelo con dificultad.
- En serio...
- Ya te lo he dicho, no es necesario,-me cortó- pero gracias de todos modos. Pero hay algo que si que podrías hacer por mí y es escucharme, ya que últimamente ando bastante escaso de oídos dispuestos a atenderme. ¿Harías eso por mí?
- Por supuesto.-dije yo.
- Pues bien, -comenzó- hará un par de meses, yo era feliz: tenía un buen trabajo, mi propio piso y estaba a punto de casarme con la mujer más hermosa que hubiese sido capaz de imaginar. Tenía el pelo rojo, rizado, y los ojos verdes. La verdad es que me recuerda bastante a ti -alzó la cabeza y clavó sus ojos en los míos. Eran azules y estaban llenos de luz-. Yo la amaba, y creía que ella era feliz. Un día, cuando llegué a casa, estaba muerta.
Hundió la cabeza. Me pregunté porqué me estaba contando todo eso a mí, que no me conocía de nada, y le compadecí.
- Lo siento-balbució. Respiró hondo y se secó las lágrimas-. Se había tomado cuatro cajas de pastillas para dormir. Ni tan solo dejó una nota de  suicidio.- calló durante unos segundos. Debía decir algo, pero tenía miedo a quedar como una imbécil.- Aún me culpo por ello.
- Pero... Pero seguro que tu no tenías la culpa de...-tartamudeé.
- No podía pensar en otra cosa. Quince días después, perdí el trabajo, pues ella estaba en mi mente las veinticuatro horas del día. Y ahora, yo... la echo tanto de menos...-me miró a los ojos-. Lo siento. Siento haberte contado eso. No tenía por que atormentarte con ello.
- No lo haces.-susurré. Alcé la mano izquierda para recoger una lágrima solitaria que surcaba mi mejilla.

Él trató de ponerse en pie. Le tendí ambas manos para ofrecerle mi ayuda. Cojeó hasta la puerta del vagón y le seguí para despedirme. Antes de que el metro se detuviese totalmente, volvió a cogerme de la mano.

- No olvides que hay alguien que te quiere mucho, ¿eh? Muchísimo -me dijo, mientras estrechaba mi mano, cálidamente, manteniéndola cerca de su pecho.- Puede que aún no lo sepa y te esté buscando desesperadamente. Pero esa persona te quiere con toda su alma y daría su vida por ti. Búscala tu también.

Se bajó, sonriendo, en la parada más cercana a mi antiguo habitaje, en el cual residía cuando estaba felizmente casada con el que entonces era mi marido.