26 de julio de 2010

Ann llora

y no sabe por qué. El despertador ha sonado, como todos los días, a las 06:48. Pero ella no se ve capaz de arrastrar sus pobres huesos hasta la ducha y dejar que el agua se lleve el sueño que se le ha quedado enredado entre las pestañas. Ni siquiera tiene fuerzas de abrazar a Naranjín, que dormita acurrucado junto a ella. La tristeza se le ha quedado enquistada en las entrañas.
Un pensamiento hace que algo parecido a una sonrisa se balancee en los labios de Ann. Se alegra de no tener un trabajo convencional. No podía imaginarse a si misma llamando a su jefe y diciéndole algo así como “Mire usted, señor, es que no me encuentro muy bien… Que qué me ocurre? Sería más acertado preguntar que no me ocurre. No me siento capaz de levantarme de la cama, no tengo ánimos, no tengo fuerzas.” Porque Ann sería incapaz de mentir alegando que tenía que cuidar de una tía, una hermana o una sobrina enferma. O una hija, total, puestos a decir una mentira, cuan más grande mejor.
Pero ese pensamiento dura tan solo un instante.
Nadie la echará de menos hoy. Quizás aquel joven médico de los ojos verdes que siempre está en el metro cuando ella sube en plaza España y que se baja antes que ella le dirá “ayer no viniste, eh?” o alguna tontería pronunciada en voz alta por mera cortesía. Quizás el escritor cuyo nombre no conoce la va a buscar a Sant Felip Neri y la espera allí. Al imaginarse la escena -el pobre chico esperando, con aquella cara de niño perdido que tiene, y allí, nadie, quizás la plaza estaría llena, pero para él seguiría sin haber nadie, porque ella no estaría allí-, Ann llora con más fuerza y con más ganas.
Se permite aquel lujo de estar triste unos minutos más. Después se seca las lágrimas de las mejillas y se pone en pie. Se marea y se apoya en el borde de la mesita de noche con los ojos cerrados, espera a que el mundo deje de girar a su alrededor. Entonces se dirige a la cocina y se prepara el desayuno. Crêpes de chocolate en lugar del habitual vaso de leche fría y las tostadas con mermelada de fresa. Sigue triste, claro que sí, pero por lo menos esta es una tristeza productiva. Quiero decir, que no es lo mismo estar triste y tirada en la cama que estar triste mientras te haces el desayuno.
Fuera, en la calle, hace sol. Ann llora y no sabe por qué.

4 comentarios:

Neus dijo...

Pero porque llora D:?
Ai que lastima me da... encima que tiene a un chico... ais y encima se llama Jack <3
Me encanta (L)

Lú dijo...

Es genial... qué penica. (Hay varias faltas, creo que no lo has revisado antes de subirlo... ya lo corregirás :))
Curiosidad... quiero el próximo!

Anónimo dijo...

me encantaaa *__*



christinee!

Anónimo dijo...

me encantaaa *__*



christinee!