28 de diciembre de 2010

Correspondencia. Carta 7.

Helsinki, 15 de febrero de 1998
Querido Kai,
Aunque ahora nos veamos todos los días, me gustaría seguir manteniendo correspondencia contigo. Siempre me gustó escribir y enviar cartas; me parece una forma preciosa de hacer que las palabras vuelen y sean libres. Por eso me pareció tan especial la forma en que te dirigiste a mi. 
De esta manera quiero hacerte llegar unas palabras que sé que jamás seré capaz de pronunciar en voz alta. Quiero contarte lo que sucedió durante esos siete años que pasé en la soleada España.
Antes de comenzar a hablar, tienes que saber que lo que vas a recibir son recuerdos de segunda mano, ya que no recuerdo nada de lo que voy a relatarte a continuación. Absolutamente nada.
Pues bien; no siempre hace sol en Barcelona. Llueve lo suficiente como para mantener triste a su melancólica población, y despeja con suficiente frecuencia como para mantener alegre a la demás. En esta ciudad, o eres extraordinariamente feliz o eres un miserable. 
Mi padre y yo teníamos cierta tendencia a acabar en el segundo grupo.
No voy a entretenerme hablándote de lo desdichada de mi adolescencia, o de lo sola que me sentía yo entonces. Ni siquiera de lo mucho que echaba de menos la nieve durante el invierno. Iré a hablarte del día en el que vi muchas luces y, de repente, no sentí nada.
La madrugada del 7 de diciembre había llovido. Mucho. Las calles jugaban a disfrazarse de ríos mientras el coche de mi padre surcaba ese torrente como un barco pirata. Mi padre estaba enfadado esa mañana. Habíamos discutido, creo. No quiso contarme lo que sucedió antes.
Pero si me contó que, por accidente, se saltó un semáforo en rojo. Fueron unas décimas de segundo. Otro coche nos arrolló. Luces y, de repente. nada. Eso sí que lo recuerdo. 
La Navidad de 1997 la pasé en el hospital. Recuerdo médicos y enfermeras que no querían contarme lo que me pasaba. No me costó mucho deducirlo. No tenía recuerdos. Conservaba un puñado de sombras incorpóreas, de voces sin rostro, de sentimientos sin dueño. 
Cuando mi cuerpo estuvo sano, los médicos le dijeron a mi padre que lo mejor para sanar mi mente era llevarme de vuelta a mi Finlandia. Y de qué poco ha servido.
Aunque he tenido la fortuna de reencontrarme contigo, Kai. Cuando te vi, algo se encendió en mi mente y sentí renacer parte de mis agónicos recuerdos. A ti sí que te recuerdo, Kai.
No sé si sabré quererte tanto como te mereces, pero lo haré lo mejor que sepa, con todas y cada una de mis sonrisas. 


Tuya y sin recuerdos,
Kirsten

3 comentarios:

Neus dijo...

sobras incorpóreas, me ha venido a la cabeza Sora *_* que quieres que et diga? no me gusta, para naaaaaaaaaaaaaada.. j3

Anónimo dijo...

ooooooooooooooooooh dios me encantaaaaa! (que porno queda esto jaajajaja) enserio megusta mucho bombonsito mioo! xDD me voy a leer laio que esto solo ha sido un desliz de los muchos que tiene mi ratón rebelde...

tequiere, anónimo lidiuu :*

Lou dijo...

No puedo creerlo... ¿CORRESPONDENCIA DE NUEVO? Me encantan las cartas, ya lo sabes, creo que es como mejor te expresas porque me llegan todas y cada una de las palabras.

Sigue escribiendo, no sólo por la gente que te lee sino por ti misma, porque si lo dejas te arrepentirás y... bueno, supongo que tú mejor que yo, sabrás el motivo por el cual escribes... y también, supongo que tú mejor que yo, podrás deducir que no debes dejar de hacerlo.

:)