14 de enero de 2011

No se rompe una promesa así.

A Verónica le gustaba escuchar música clásica cuando estaba triste. Si alguien hubiese entrado en el dormitorio que hasta entonces había pertenecido al matrimonio Barceló-Ruiz aquella tarde de finales de otoño, en un principio no hubiese escuchado nada más que los sollozos ahogados de Verónica. Pero cuando ella se calmaba podía escucharse, lejana, Lakmé, de Delibes.


Verónica se sentó en el borde de la cama y su pierna derecha comenzó a oscilar sin llegar a tocar el suelo. Le temblaban los labios, las manos, toda ella temblaba. Miraba fijamente hacia delante mientras las lágrimas trazaban cursos fluviales en sus mejillas. Él se acercó a Verónica y se sentó junto a ella con delicadeza. Olivia asomó la cabeza al otro lado de la puerta de la habitación.
- Papá, por qué está mamá tan triste?
Él esbozó una sonrisa y la miró.
- Olivia, cariño, vete a jugar a tu habitación.
Cuando la niña se hubo marchado, abrazó a Verónica. La piel de su cuello desprendía un suave aroma a vainilla, dulce sin resultar empalagoso. Verónica sollozó un poco y luego se apartó de él.
- No me toques.
Trató de ponerse en pie, pero tuvo que apoyarse en la pared de delante suyo porque las piernas no querían sostenerla. 
- Verónica...
- ¡Cállate! - y golpeó con el puño la mesa sobre la que descansaba el equipo de música. La canción se cortó durante unos segundos y, a continuación, volvió a reproducir los quince segundos anteriores al impacto.
- No puedes amenazar con suicidarte delante de tu hija solo porque te he dicho que lo mejor sería que nos divorciásemos, lo entiendes?
- El que no lo entiendes eres tú. 
- Explícamelo.
- ¡Me dijiste que querías morir mirándome a los ojos! ¡Me prometiste que pasarías conmigo todos los segundos que durase tu vida, desde la primera vez que me viste hasta tu muerte! ¡Me prometiste que envejeceríamos juntos! ¡No se rompe una promesa así! ¡Me da igual que te vayas con otras mujeres! ¡Me da igual tener que ir al psiquiatra y necesitar pastillas para dormir y para no abrirme las venas con el primer objeto punzante que se me ponga por delante! ¡Me haces falta!
Verónica se ahogaba en su propio llanto. Él evitaba su mirada. La expresión de su rostro resultaba impenetrable.
- Verónica, te estoy destruyendo. No te lo mereces. Te he querido demasiado como para soportar verte así ahora.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

oooooh dioos me encanta laiaaa! madre miaa y la continuación a lo del otro dia.. (L) bff esque que bien escribes diosmioo! :D te adoro,como escritora y mucho mas como persona :3

Tequiere,tu anónimo lidiu

Y con la colaboración de: El ratón rebelde de lidiu.

Neus dijo...

ohhhhhhhh <3 me ha recordado a Origen lo de envejecer juntos ains <3 (neus deja de poner el corazón) love uuuu sis! jota 3

Lou dijo...

Pobre Verónica... Pero me encanta. Está genial, espero que no se divorcien por el bien de ambos.

Y gracias por decirme lo que me dices, arf, siempre me anima a escribir más... No es una continuación del otro realmente, pero algo tiene que ver.

Sigue escribiendo, ya sabes que sino mueres :) jajajajajaja